¿Debe la literatura, para ser considerada como tal, describir mundos imaginarios? o ¿puede también describir realidades humanas, carentes de datos identificatorios que demuestren su verosimilitud, con evidencia científica?
¿Estos textos acaso no asemejan o superan en sus descripciones y relatos la crueldad despiadada de los cuentos de hadas y brujas, ogros y duendes? ¿Quién se atreve a negar que algunos de los protagonistas de los párrafos anteriores no son lobos disfrazados de tiernas abuelitas, y donde los terapeutas deben cargar sus intervenciones estratégicas a modo de armas como cazadores y príncipes valientes? ¿Acaso aquellos cuentos hayan sido escritos por víctimas sobrevivientes de abusos sexuales, sublimando en la letra simbolizaciones de sus horrorosos padecimientos que nadie creería, que ellos mismos no se animaban a confesar o recordar en forma consciente? ¿Acaso las figuras de apego seguro hayan sido esas hadas capaces de neutralizar el hechizo de sus victimarios fantasmáticos?
Los géneros literarios se caracterizan por la calidad en que los autores son capaces de hacer comunicable aquello que desean que el Otro conozca, comprenda y/o interprete. Si el autor posee el atributo de transmitir la escena, las características del o los personajes, y los matices de las emociones, sensaciones y sentimientos que han percibido y los invaden, teñidos de su propia subjetividad, considero que, entonces, está escribiendo literatura, sin importar si su narrativa surgió de su actividad profesional real o si son ficciones producto de sus fantasías inconscientes, que a modo de material onírico, también son simbolizaciones de aquello que ha vivido e intenta elaborar para resolver un conflicto difícil de procesar en su psiquismo. Es decir que, de todos modos, la narrativa que surge de la experiencia profesional y científica, en su producto final, corresponde a la escala de lo artístico.
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